DPA
Maneja la tesis de que es inmortal.
Trabaja veinticuatro horas al día
salvo las dos que está durmiendo.
Se sabe de memoria las capitales del mundo
y los presidentes que han sido derrocados
por las garras del imperialismo. Está imbuida
de fervor revolucionario a pesar de
presentar su renuncia
en las escaleras de la facultad que la vio
nacer, recuerda cuando estuvo a punto de partir
para salvar a los compañeros nicaragüenses
y escucha a Carlos Fonseca
hablándole en clave desde Moscú,
por eso insiste en memorizar el alfabeto
cirílico y subdesarrollado que tiene que compartir
con los cabezaduras de sus colegas y de sus estudiantes
que no la han visto trabajar veinticuatro horas al día
salvo las dos que está durmiendo, a su tía que vive sola
y diabética en Miami
la llama cada vez que se encuentra
sentada en frente del televisor con una copa en la mano
mientras comentan la última enfermedad de sus parientes
y las benidrilinas que deberían tomar,
basta con vivir en Cuba
para aprender medicina por la calle,
el palacio de las blanquísimas mofetas
es el pan nuestro de cada día
para los que se levantan y se acuestan con el sol:
el parque Lenin se confunde con el parque de la Libertad,
la basura se arroja donde piden por favor que no se arroje.
Yo la vi caminando de la mano de su padre
cuando todavía era posible ver a Martí
cayendo cada día de su caballo, cuando el sol
estaba en lo más alto del cielo porque en ese lugar
el sol siempre está en lo más alto del cielo.
Yo la vi sentarse a la mesa lo que no significa
sentarse a comer: de la mano de su padre
se sube al tren para ir a la escuela. Los libros
que lleva bajo el brazo están empapados con la lluvia
y apenas se pueden leer. Sin embargo las leyes
de la historia son inexorables, se repite a sí misma
bajo el aguacero. Sin embargo hay que llegar
a fin de mes su tía le repite del otro lado de la línea.
LOS VERDUGOS
Me viene en forma de tren despertándome en la noche.
De vuelo de paloma que sólo es vuelo de paloma.
Me llega telón de fondo, me llega pista de rekortán
de la mano de mi padre, estacionamiento al aire libre
en el patio de mi casa, me dice sin preámbulo
su hijo ingresó fallecido a este recinto asistencial.
Un afiche pegado en la muralla parece haber estado allí
desde antes que la levantaran con revestimientos y ladrillos
y una cuota no muy elevada de carretillas con barro:
carga y descarga, forma y contenido.
La cama está deshecha aunque sea mediodía.
Me rodea como el agua cuando camino mar adentro.
Hace frío pero se pasa rápido. Me alumbra como la luna
alumbra el mar. Se dibuja alargado su reflejo hasta llegar
hasta la playa. La arena también recibe un poco de esa claridad.
Se pega a mis pies como la arena cuando me saco las sandalias.
Se respira en el aire pero no es el aire. Ni el pez que llevan
en su pico las gaviotas después de arrojarse en picada
contra el mar. Un mapache aplastado por los autos
que cruzan a toda velocidad la carretera, la estela
que dejan los bombarderos nucleares cuando pasan
por encima del medio oeste. Quisiera decir debajo
de cedro o tamarindo, pero ninguno de esos árboles
me brindaron sombra ni recuerdo. Quisiera decir
en el muelle, quisiera decir clase media, conejos
despellejados colgando del parrón, estaciones
de tren tratando de convertirse en ruinas, mesas
con manteles de tevinil que tanto mal le han hecho
a los que prefieren la madera recién traída del bosque.
Me llega como anunciación sin arcángel. Sobre un piso viejo
y de madera, un paso detrás del otro. Sin remitente
ni destinatario. No basta con decir inalienable.
Ahora hay que salir a defenderlo: así también
me lo entregaron envuelto en muda recién tejida.
Lo dejaron con una nota delante de mi puerta.
Venía flotando en una cesta sobre el río.
Inexorable como una cordillera. Ya estaba
pero no sabíamos. Guardaba secretos
que nadie nos dijo que lo eran. Conoce
de las hormigas y el infinito. Escarba la tierra
con los dientes, aunque tenga los pétalos
caídos, aunque se haya venido abajo
no es una rosa ni se trata de un puente
pero se encuentra para siempre en un jardín
que está del otro lado. Estamos a punto de llegar.
Recoge la ropa que está tirada por el suelo.
Armados de una ardiente paciencia.
Una cuenta regresiva y el mapa del tesoro.
Un montón de vidrios esparcidos por el suelo.
Podrían haber sido un espejo o una botella.
La decisión está en las manos de los mismos
que los arrojaron contra una muralla. Los verdugos
ocultan el rostro, pero no sus intenciones.
DÍAS DE ESPLENDOR SOBRE LA HIERBA
La habitación de un hotel ha sido tantas veces
visitada que todos y cada uno de sus ocupantes
pertenecen a una especie de familia. No importa
que no sea la misma pieza (nunca son los mismos
pasajeros). El ritual se repite como la pronunciación
de la erre: por los visillos se atisba un paisaje
poblado de pintores de domingo que te observan
a través de los visillos de otras tantas habitaciones,
alguna vez esto fue una ciudad dispuesta
a aceptar su fortuna, o la falta de la misma.
Las ciudades-dormitorio de las afueras
ahora ocupan el centro y la antipoesía
cayó presa de su propia trampa. Los criadores
de abejas también son una especie en extinción.
La pesca con redes de arrastre (otro ritual que se
repite) podría solucionar la contaminación
de los océanos por el uso indiscriminado
del plástico y la imitación del siglo de Oro.
Los del noventa y ocho solían sacarle en cara
a los modernistas el abuso de las ballestas
en un tiempo en que escaseaban las aves.
Las vanguardias les respondieron con zeppelines
y globos aerostáticos que volaban en busca
del fuego. Ninguno, sin embargo, fue capaz
de devolvernos los días de esplendor
sobre la hierba. Uno de mis amigos
pide cita con el doctor para escuchar
la voz de la secretaria. En la recepción del hotel
nos dieron las llaves. Las mucamas los buenos días.
Desde el ventanal se puede ver la calle y la ciudad.
Pero no se pueden ver las dos al mismo tiempo.
En una te quedas a vivir
y este poema es innecesario.
En la otra
sueñas cometer el error de partir
sin darte cuenta de que no podrás
cometer el error de volver:
el pasto ha crecido.
El ladrillo que llevas
bajo el brazo para mostrar
tu casa donde llegues
te sirve de almohada cuando la noche
te pilla a la intemperie:
mullidas son las imágenes de las montañas.
Haber crecido entre ellas
es lo único que te permite ese adjetivo.
ARTE DE VOLAR
La profesora recuerda los murales que veía camino a su trabajo.
La extensión de los jardines habla en estos casos x sí misma.
Los naranjos plantados en la calle nos recuerdan el centro de la ciudad
y un mecanismo secreto e inconfesable para atravesarla.
Un mecanismo secreto e inconfesable nos recuerda al inspector
que pasaba revisando los boletos en el tren. Y a nuestros familiares
atrapados entre el mal de ojo y el adobe. La profesora recuerda a los niños
que se orinaban para dibujar con displicencia un círculo a su alrededor.
Y una gitana le dijo: la Ley del Padre es irreversible y sin embargo no es tan difícil
traducir el inconsciente. Basta con que la casa donde creciste
hoy se encuentre abandonada. Que se haya construido un edificio
en el mismo lugar donde los perros ladraban con tal de que llegara la noche.
Una taza de té no requiere de ninguna explicación. Voy a leer todos
los libros del mundo aunque me pase los próximos cincuenta años (tengo
casi cincuenta) sentado a la sombra de un árbol dándole de comer a las palomas.
Las palomas recuerdan el camino de vuelta. La nieve cómo caer.
A orillas de la azotea de un edificio donde el viento sopla por obligación
los ancianos recuerdan el arte de volar extendiendo los brazos
como un mesías sin madero, una vez que el vértigo los vence.
O ellos se dejan vencer.
Madre no alcanza. Madre no llega hasta la parte
de arriba de la despensa. Madre dice no sobra.
Le habla a las plantas cuando las riega.
Trabaja desde los catorce años porque madre
no alcanza. Porque él vende bolsas en la feria y no
terminó sexto humanidades. Ejército hacia
el sur. Madre no alcanza porque el tranvía no llega.
Porque el abuelo es paco y tiene otra casa.
Y otra mujer es madre. Y otros niños hermanos.
Porque la hermana se casó y el hermano también.
Madre no alcanza porque es muy alta. Porque el piso
es de madera hasta donde se puede. Porque la cera
es resbalosa y nos cambiamos a un edificio.
Porque Santiago termina en Conchalí y la clase
media comienza por la Chimba. Maruri está a la vuelta
de la esquina y el hipódromo también, pero madre
no alcanza porque la ferretería no les pertenece,
porque hay que entregar la casa y madre pinta tazas
para ganarse lo que sea, madre no es tan alta después
de todo, Independencia llega hasta el Santa Laura
y el cementerio queda en el camino, los médicos
estudian al otro lado de la calle, la micro
no alcanza porque hay que tomarla en el paradero,
madre no regala porque es tu deber, madre lo repite
y no permite las peleas en el patio, las camas están
una encima de la otra y el edificio está rodeado
de las ganas de salir de allí, madre no alcanza
porque el pan hay que comprarlo, los cabellos del ángel
son las compras en el emporio, el cuarto de aceite
lo vimos porque madre nos enviaba, las esquinas
son la precaución, la plata en el bolsillo, el cine
abandonado, los milicos porque madre, miedo era
estar aburrido, los verdaderos ya estaban muertos, los
de verdad estaban por volver, el tiempo no pasaba
porque siempre perdíamos en el patio, porque
los poemas que cuentan en la pizarra persiguen
la tiza que los escribe, los profesores son guardapolvos
y al frente viven los guardias, la mujer de mi vida
se paraba a dos cuadras durante toda la noche
para que los estafetas y los imaginarias estuvieran
de franco, los cuarteles tenían maíz debajo
de los portones, por eso madre no alcanza
ni dice todo lo que debería decir, los sacerdotes
vienen a nuestra casa para subir las escaleras,
los vecinos viven allí para bajarlas, sus hijas
lloran a las cuatro de la tarde, a las seis nos prestan
el teléfono en una casa habitada por mujeres
y un visitante se sienta con las piernas
recogidas como una sinécdoque culpable
del país: madre no alcanza, me dice, porque
los aviadores irlandeses son capaces de ver ese
futuro, porque los alemanes encerrados en una torre
sabían la verdad, porque los vendedores de pan amasado
a un costado de la carretera no alcanzan a llegar
a fin de mes y los cerros color de puma
se levantan a sus espaldas como una advertencia
para que madre se guarde en la palabra
y pueda abrazar con abrigo y sentarse a la mesa
pueda antes y después de que los platos
y la comida baje por el esófago
y la catequesis los miércoles por la tarde
pertenezcan inefables al techo que cubría
el embaldosado, al año en que mantenerse
de pie era un acto de heroísmo, a la reja de metal
para ser de clase media, a esas calles donde
en vez de llegar se llega tarde. Allí parir
es preferible a cruzar un puente rigurosamente
vigilado por aquellos que se observan desde
ambas orillas. En el medio no hay nada
salvo mi madre. El idioma en que ambos
bandos no se entienden es mi madre.
La piedra que los separa. El hueco entre ellos.
Por el solo hecho de estar a cada lado soy su hijo.
Las armas cargadas de futuro que blanden los contendores.
Son y no son estas palabras.
Cristián Gómez O. (Santiago de Chile, 1971). Poeta y traductor. Ha publicado, entre otros títulos, Alfabeto para nadie (Ediciones Fuga, Santiago, 2008), La casa de Trotsky (La isla de Siltolá ediciones, Sevilla, 2011), La nieve es nuestra (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2012, Ediciones Luces de Gálibo, Málaga, 2015) y El libro rojo (Edixiones Mantra, D.F., 2019). Tradujo los libros Cosmopolita (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2014) y Ciudad modelo (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2018), de Donna Stonecipher, de Mónica de La Torre compiló y tradujo Feliz año nuevo (Ediciones Luces de Gálibo, Málaga, 2017) y de Carl Phillips Yo solía decir su nombre (Editorial Aparte, Arica, 2022). Junto a Mónica de La Torre, publicó la antología Malditos latinos, malditos sudacas. Poesía hispanoamericana made in USA (Ediciones El Billar de Lucrecia, D.F., 2009). Fue miembro del International Writing Program, de la Universidad de Iowa, y Writer in Residence en el Banff Center for the Arts, en Alberta, Canada. Es profesor de literatura latinoamericana en Case Western Reserve University, en Cleveland, EE.UU., donde también reside. Es Associate Editor de Cardboard House Press.
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