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Poemas de Cristián Gómez Olivares



























DPA


Maneja la tesis de que es inmortal.

Trabaja veinticuatro horas al día

salvo las dos que está durmiendo.

Se sabe de memoria las capitales del mundo

y los presidentes que han sido derrocados

por las garras del imperialismo. Está imbuida

de fervor revolucionario a pesar de


presentar su renuncia

en las escaleras de la facultad que la vio


nacer, recuerda cuando estuvo a punto de partir

para salvar a los compañeros nicaragüenses


y escucha a Carlos Fonseca

hablándole en clave desde Moscú,


por eso insiste en memorizar el alfabeto

cirílico y subdesarrollado que tiene que compartir


con los cabezaduras de sus colegas y de sus estudiantes

que no la han visto trabajar veinticuatro horas al día

salvo las dos que está durmiendo, a su tía que vive sola


y diabética en Miami

la llama cada vez que se encuentra


sentada en frente del televisor con una copa en la mano

mientras comentan la última enfermedad de sus parientes


y las benidrilinas que deberían tomar,

basta con vivir en Cuba


para aprender medicina por la calle,

el palacio de las blanquísimas mofetas


es el pan nuestro de cada día

para los que se levantan y se acuestan con el sol:




el parque Lenin se confunde con el parque de la Libertad,

la basura se arroja donde piden por favor que no se arroje.


Yo la vi caminando de la mano de su padre

cuando todavía era posible ver a Martí

cayendo cada día de su caballo, cuando el sol

estaba en lo más alto del cielo porque en ese lugar

el sol siempre está en lo más alto del cielo.

Yo la vi sentarse a la mesa lo que no significa

sentarse a comer: de la mano de su padre

se sube al tren para ir a la escuela. Los libros

que lleva bajo el brazo están empapados con la lluvia

y apenas se pueden leer. Sin embargo las leyes

de la historia son inexorables, se repite a sí misma

bajo el aguacero. Sin embargo hay que llegar

a fin de mes su tía le repite del otro lado de la línea.



 

LOS VERDUGOS


Me viene en forma de tren despertándome en la noche.

De vuelo de paloma que sólo es vuelo de paloma.

Me llega telón de fondo, me llega pista de rekortán

de la mano de mi padre, estacionamiento al aire libre

en el patio de mi casa, me dice sin preámbulo

su hijo ingresó fallecido a este recinto asistencial.

Un afiche pegado en la muralla parece haber estado allí

desde antes que la levantaran con revestimientos y ladrillos

y una cuota no muy elevada de carretillas con barro:

carga y descarga, forma y contenido.

La cama está deshecha aunque sea mediodía.

Me rodea como el agua cuando camino mar adentro.

Hace frío pero se pasa rápido. Me alumbra como la luna

alumbra el mar. Se dibuja alargado su reflejo hasta llegar

hasta la playa. La arena también recibe un poco de esa claridad.

Se pega a mis pies como la arena cuando me saco las sandalias.

Se respira en el aire pero no es el aire. Ni el pez que llevan

en su pico las gaviotas después de arrojarse en picada

contra el mar. Un mapache aplastado por los autos

que cruzan a toda velocidad la carretera, la estela

que dejan los bombarderos nucleares cuando pasan

por encima del medio oeste. Quisiera decir debajo

de cedro o tamarindo, pero ninguno de esos árboles

me brindaron sombra ni recuerdo. Quisiera decir

en el muelle, quisiera decir clase media, conejos

despellejados colgando del parrón, estaciones

de tren tratando de convertirse en ruinas, mesas

con manteles de tevinil que tanto mal le han hecho

a los que prefieren la madera recién traída del bosque.

Me llega como anunciación sin arcángel. Sobre un piso viejo

y de madera, un paso detrás del otro. Sin remitente

ni destinatario. No basta con decir inalienable.

Ahora hay que salir a defenderlo: así también

me lo entregaron envuelto en muda recién tejida.

Lo dejaron con una nota delante de mi puerta.

Venía flotando en una cesta sobre el río.

Inexorable como una cordillera. Ya estaba

pero no sabíamos. Guardaba secretos

que nadie nos dijo que lo eran. Conoce

de las hormigas y el infinito. Escarba la tierra

con los dientes, aunque tenga los pétalos

caídos, aunque se haya venido abajo

no es una rosa ni se trata de un puente

pero se encuentra para siempre en un jardín

que está del otro lado. Estamos a punto de llegar.

Recoge la ropa que está tirada por el suelo.

Armados de una ardiente paciencia.

Una cuenta regresiva y el mapa del tesoro.

Un montón de vidrios esparcidos por el suelo.

Podrían haber sido un espejo o una botella.

La decisión está en las manos de los mismos

que los arrojaron contra una muralla. Los verdugos

ocultan el rostro, pero no sus intenciones.


 

DÍAS DE ESPLENDOR SOBRE LA HIERBA


La habitación de un hotel ha sido tantas veces

visitada que todos y cada uno de sus ocupantes

pertenecen a una especie de familia. No importa


que no sea la misma pieza (nunca son los mismos

pasajeros). El ritual se repite como la pronunciación

de la erre: por los visillos se atisba un paisaje


poblado de pintores de domingo que te observan

a través de los visillos de otras tantas habitaciones,

alguna vez esto fue una ciudad dispuesta


a aceptar su fortuna, o la falta de la misma.

Las ciudades-dormitorio de las afueras

ahora ocupan el centro y la antipoesía


cayó presa de su propia trampa. Los criadores

de abejas también son una especie en extinción.

La pesca con redes de arrastre (otro ritual que se


repite) podría solucionar la contaminación

de los océanos por el uso indiscriminado

del plástico y la imitación del siglo de Oro.


Los del noventa y ocho solían sacarle en cara

a los modernistas el abuso de las ballestas

en un tiempo en que escaseaban las aves.


Las vanguardias les respondieron con zeppelines

y globos aerostáticos que volaban en busca

del fuego. Ninguno, sin embargo, fue capaz


de devolvernos los días de esplendor

sobre la hierba. Uno de mis amigos

pide cita con el doctor para escuchar


la voz de la secretaria. En la recepción del hotel

nos dieron las llaves. Las mucamas los buenos días.

Desde el ventanal se puede ver la calle y la ciudad.


Pero no se pueden ver las dos al mismo tiempo.


En una te quedas a vivir

y este poema es innecesario.


En la otra


sueñas cometer el error de partir

sin darte cuenta de que no podrás


cometer el error de volver:

el pasto ha crecido.


El ladrillo que llevas

bajo el brazo para mostrar


tu casa donde llegues


te sirve de almohada cuando la noche

te pilla a la intemperie:


mullidas son las imágenes de las montañas.

Haber crecido entre ellas


es lo único que te permite ese adjetivo.


 

ARTE DE VOLAR


La profesora recuerda los murales que veía camino a su trabajo.

La extensión de los jardines habla en estos casos x sí misma.

Los naranjos plantados en la calle nos recuerdan el centro de la ciudad

y un mecanismo secreto e inconfesable para atravesarla.

Un mecanismo secreto e inconfesable nos recuerda al inspector

que pasaba revisando los boletos en el tren. Y a nuestros familiares

atrapados entre el mal de ojo y el adobe. La profesora recuerda a los niños

que se orinaban para dibujar con displicencia un círculo a su alrededor.

Y una gitana le dijo: la Ley del Padre es irreversible y sin embargo no es tan difícil

traducir el inconsciente. Basta con que la casa donde creciste

hoy se encuentre abandonada. Que se haya construido un edificio

en el mismo lugar donde los perros ladraban con tal de que llegara la noche.

Una taza de té no requiere de ninguna explicación. Voy a leer todos

los libros del mundo aunque me pase los próximos cincuenta años (tengo

casi cincuenta) sentado a la sombra de un árbol dándole de comer a las palomas.

Las palomas recuerdan el camino de vuelta. La nieve cómo caer.

A orillas de la azotea de un edificio donde el viento sopla por obligación

los ancianos recuerdan el arte de volar extendiendo los brazos

como un mesías sin madero, una vez que el vértigo los vence.


O ellos se dejan vencer.



 

Madre no alcanza. Madre no llega hasta la parte

de arriba de la despensa. Madre dice no sobra.

Le habla a las plantas cuando las riega.

Trabaja desde los catorce años porque madre

no alcanza. Porque él vende bolsas en la feria y no

terminó sexto humanidades. Ejército hacia

el sur. Madre no alcanza porque el tranvía no llega.

Porque el abuelo es paco y tiene otra casa.

Y otra mujer es madre. Y otros niños hermanos.

Porque la hermana se casó y el hermano también.

Madre no alcanza porque es muy alta. Porque el piso

es de madera hasta donde se puede. Porque la cera

es resbalosa y nos cambiamos a un edificio.

Porque Santiago termina en Conchalí y la clase

media comienza por la Chimba. Maruri está a la vuelta

de la esquina y el hipódromo también, pero madre

no alcanza porque la ferretería no les pertenece,

porque hay que entregar la casa y madre pinta tazas

para ganarse lo que sea, madre no es tan alta después

de todo, Independencia llega hasta el Santa Laura

y el cementerio queda en el camino, los médicos

estudian al otro lado de la calle, la micro

no alcanza porque hay que tomarla en el paradero,

madre no regala porque es tu deber, madre lo repite

y no permite las peleas en el patio, las camas están

una encima de la otra y el edificio está rodeado

de las ganas de salir de allí, madre no alcanza

porque el pan hay que comprarlo, los cabellos del ángel

son las compras en el emporio, el cuarto de aceite

lo vimos porque madre nos enviaba, las esquinas

son la precaución, la plata en el bolsillo, el cine

abandonado, los milicos porque madre, miedo era

estar aburrido, los verdaderos ya estaban muertos, los

de verdad estaban por volver, el tiempo no pasaba

porque siempre perdíamos en el patio, porque

los poemas que cuentan en la pizarra persiguen

la tiza que los escribe, los profesores son guardapolvos

y al frente viven los guardias, la mujer de mi vida

se paraba a dos cuadras durante toda la noche

para que los estafetas y los imaginarias estuvieran

de franco, los cuarteles tenían maíz debajo

de los portones, por eso madre no alcanza

ni dice todo lo que debería decir, los sacerdotes

vienen a nuestra casa para subir las escaleras,

los vecinos viven allí para bajarlas, sus hijas

lloran a las cuatro de la tarde, a las seis nos prestan

el teléfono en una casa habitada por mujeres

y un visitante se sienta con las piernas

recogidas como una sinécdoque culpable

del país: madre no alcanza, me dice, porque

los aviadores irlandeses son capaces de ver ese

futuro, porque los alemanes encerrados en una torre

sabían la verdad, porque los vendedores de pan amasado

a un costado de la carretera no alcanzan a llegar

a fin de mes y los cerros color de puma

se levantan a sus espaldas como una advertencia

para que madre se guarde en la palabra

y pueda abrazar con abrigo y sentarse a la mesa

pueda antes y después de que los platos

y la comida baje por el esófago

y la catequesis los miércoles por la tarde

pertenezcan inefables al techo que cubría

el embaldosado, al año en que mantenerse

de pie era un acto de heroísmo, a la reja de metal

para ser de clase media, a esas calles donde

en vez de llegar se llega tarde. Allí parir

es preferible a cruzar un puente rigurosamente

vigilado por aquellos que se observan desde

ambas orillas. En el medio no hay nada

salvo mi madre. El idioma en que ambos

bandos no se entienden es mi madre.

La piedra que los separa. El hueco entre ellos.

Por el solo hecho de estar a cada lado soy su hijo.

Las armas cargadas de futuro que blanden los contendores.

Son y no son estas palabras.



 

Cristián Gómez O. (Santiago de Chile, 1971). Poeta y traductor. Ha publicado, entre otros títulos, Alfabeto para nadie (Ediciones Fuga, Santiago, 2008), La casa de Trotsky (La isla de Siltolá ediciones, Sevilla, 2011), La nieve es nuestra (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2012, Ediciones Luces de Gálibo, Málaga, 2015) y El libro rojo (Edixiones Mantra, D.F., 2019). Tradujo los libros Cosmopolita (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2014) y Ciudad modelo (Ediciones Liliputienses, Cáceres, 2018), de Donna Stonecipher, de Mónica de La Torre compiló y tradujo Feliz año nuevo (Ediciones Luces de Gálibo, Málaga, 2017) y de Carl Phillips Yo solía decir su nombre (Editorial Aparte, Arica, 2022). Junto a Mónica de La Torre, publicó la antología Malditos latinos, malditos sudacas. Poesía hispanoamericana made in USA (Ediciones El Billar de Lucrecia, D.F., 2009). Fue miembro del International Writing Program, de la Universidad de Iowa, y Writer in Residence en el Banff Center for the Arts, en Alberta, Canada. Es profesor de literatura latinoamericana en Case Western Reserve University, en Cleveland, EE.UU., donde también reside. Es Associate Editor de Cardboard House Press.



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