
La Muerte de Chiara de Montefalco
(1308)
Sentada en su sillón de santa,
su alma
comienza a disolverse
entre los pozos minúsculos
de su presencia humana:
diluyendo su paso
el último vial de su color.
Reliquia de ella misma:
esto es ahora. Hierbas
y especias:
su cuerpo eviscerado.
Bálsamo y mirra
en vez de corazón.
Disección de papel
Nos disectamos mal.
Cortamos lo que era necesario.
Usamos filos blancos
―tijeras y navajas―
en vez de nuestros dedos,
que habrían dejado intacto
lo esencial.
El cuerpo del delito
En tu quietud abierta
ostento comprender
el movimiento.
De tu cuerpo cerrado,
completo e intocable:
la expresión; el intento.
¿Cómo es que los pies
escandalosamente desnudos
de la estatua de Balzac son más
perfectamente humanos
que los tuyos, los míos,
y cualquier otro par de pies?
Espejo
Así como en el Guernica,
pudiera aseverarse,
no dice tanto el todo
como cada pedazo
y todos los monólogos
pintados en sus trazos,
la esencia de ese cuerpo
la cuenta el bisturí,
abriéndose a sí mismo.
El robo
El esternón abierto como libro
exige luz sobre la cavidad
que ha quedado al descubierto,
vacía ya de inhalos, y de exhalos.
Es demasiado grande.
Alguien se ha llevado el corazón.
Apuesto a que jamás imaginaste
que aquel vacío era cierto.
La casa deshabitada
Llevo en el vientre
una casa solitaria,
su austeridad de madera,
su adolescencia en cemento;
la melancolía de un árbol
que lo resistió todo.
Disecta mi memoria,
precisos, los olores
de cada esquina profunda,
y cada danza espontánea
que aun bailo en algún centímetro.
Oscilan imperturbables
los ecos de cada risa;
desabatidas las voces
que habitaron mis tímpanos
cuando cruzaba el portal.
Y las luces,
con sus trazos de recuerdos,
las mismas sombras
dibujan en el salón.
Las cotorras han cambiado
alrededor. Unas han muerto;
Otras se han ido;
Algunas han parido
― pequeñas cotorras
que ya repiten lo mismo.
Las paredes
no han mudado la tristeza
de aquel verso que escribí
sobre su rostro,
ni aquel insecto aplastado.
El árbol que yace al frente
―mi gemelo― gruñe;
se arroja al aire
viejo y desalentado.
Es un embarazo largo.
El secreto de Victoria
Un lugar inaccesible,
oscuro
donde se forma
el cuerpo
y se cifran las dudas.
Iris Mónica Vargas nació en Caguas, Puerto Rico, y creció en el Barrio Bajura de Vega Alta. Tiene dos volúmenes de poesía: La última caricia (Terranova Editores, 2014), y El libro azul (Snow Fountain Press, 2018). Este último obtuvo un premio PEN Puerto Rico Internacional en 2018. Acaba de terminar su tercer libro, El día en que dejamos la tierra (2021). Estudió física. Ha sido intérprete médico y traductora para Science@NASA. Es feliz escribiendo, estudiando, cantando y contando cuentos. Es feliz entre la naturaleza, interrogando al universo y compartiendo sus respuestas (o alguna hipótesis) con quien sienta igual curiosidad. Estos poemas pertenecen al libro La ultima caricia, disponible en Amazon.
Me llegaron mucho sus poemas, en especial Espejo y La casa deshabitada. Hay un sutil discurrir entre lo surreal y lo onírico que permea sus versos y Mónica despliega siempre una madurez y profundidad que sorprenden y fascinan, dada su juventud. Mi admiración.
Julio C. Garzón