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Juan Carlos Quintero Herencia



Minotauro en mar chiquita (inédito)



Heme aquí perdido entre mares desiertos

Solo como la pluma que se cae de un pájaro en la noche

Heme aquí en una torre de frío

Abrigado del recuerdo de tus labios marítimos

Del recuerdo de tus complacencias y de tu cabellera

Luminosa y desatada como los ríos de montaña

¿Irías a ser ciega que Dios te dio esas manos?

Te pregunto otra vez

Vicente Huidobro, «Canto II», Altazor



La casa luce habilidad maestra

creando inusitadas maravillas

de cosas naturales y sencillas,

para la lengua culturada y diestra.

Luis Palés Matos, «Menú», Tuntún de pasa y grifería



Playa de nieve: Snow Beach

Días sin poder escribir

días sin poner —aquí— palabras,

días sin poner como las gallinas,

días sin poder alguno,

días de siestas y mejores sueños,

días sin esto

días sin aquello

días sin esto otro,

días sin día

días sin


Una punzada me recuerda la pierna,

horas frente a la pantalla

horas sumergido ante la pecera,

horas ante algunos libros,

paseos por mapas,

cotejo de direcciones electrónicas,

demasiada planicie,

listado de mensajes electrónicos,

pornografía,

el perfil de amigos y «conocidos» que invitan.

La dicha de lanzar otra botella al mar de las botellas.

Los paisajes querencia de mis ventanas.


Días de recalar en panoramas,

paisajes aplastados por la altura y la celeridad del teclado:

días sin día

días sin sin


hoy: sin embargo

mapa del cementerio de Morovis

hoy: sin embargo

mapa del pueblo de Morovis,

luego:

mapa del cementerio de Isabela,

mapa del pueblo de Isabela,

mapa de la playa de Arenales,

la raya amarilla de la carretera número 2,

enlaces, ventanas, bienes raíces,

anuncios, turismo, ventas,

tanta cosa que salta en los márgenes,

columnas que se mueven en lo translúcido van y vienen

y estropean la posibilidad de una imagen,

me zambullo —es un decir— en el perímetro de los cementerios

donde primero

mi padre

instantes después

la madre de mi esposa

se encuentran sepultados,

cerca y lejos el uno del otro no dicen nada.

Los recuerdo como hechos de sal,

nunca pidieron perdón por nada.


No puedo acercarme más allá del portal o

de la red de calles que distribuye las fosas,

quisiera que el satélite me permitiera leer las lápidas,

que el tiro de la pantalla me acercara,

no habrá nunca alta resolución para el miope.


Odio estos insectos de luz

revolotean entre mis travesías,

ofrecen lo que no saben ni importa saber,

amo por tres segundos esas ventanas que se abren como burbujas,

creo por un instante que me dejarán escapar,

pero no,

mientras allá mercadean casas, allí alquileres, acá ropa interior,

más allá suplementos y vitaminas,

me dicen que tengo «amistades» en el condado donde vivo,

escapo a otros lugares cuando me desconecto,

pero no.


Me levanto a prepararme un café.

Enciendo la cafetera.

A los pies de mi ventana

se acumula una pequeña duna de nieve,

tiene un doble al pie del árbol,

el árbol deshojado sirve de pedestal al frío—hamaca de aire—

una ardilla hurga,

un cardenal mojado de rojo ahora llega,

un cardenal tan rojo tan rojo

un cardenal sin ida picotea,

un cardenal que ya no está


(16 de diciembre de 2010, 1ero de junio de 2011, 10 de abril de 2014 y 2 de octubre de 2020, Bethesda-Silver Spring)

 

Minotauro en mar chiquita


Hijo del magnífico toro blanco que Poseidón regalara al rey cretense,

el Minotauro hoy atiende un puesto de mariscos en la playa de Manatí,

pinchos de tiburón, pescado frito, carrucho, salmorejo,

frituras, arepas brillosas, arroces, oh sopón de mariscos,

nada queda que recuerde su genealogía,

nada en su cuerpo recuerda su antigüedad,

nada en su cuerpo recuerda,

nada en su cuerpo nada,

nada en su cuerpo.


Aunque Minos no olvida ni la mancha ni el hueco magnífico

donde Pasifae y el toro enyuntaban arandelas y calamares,

el Minotauro es avatar inmediato a su destino,

huésped en la tierra de Oyá—¡Ecua Jey!

insiste en su laboreo diario,

sabe que nunca será reconocido mientras lo suyo sea el sabor.


En el laberinto —siempre con hambre, siempre bellaco—

el Minotauro insiste en deshacer el Castigo mientras adereza sus piezas,

laberinto que nunca fue arquitectura,

ni el Minotauro, caníbal,

el laberinto es luz del paisaje,

paisaje del azote digestivo,

toalla que sombrea la arena,

naturalidad de la sombrilla del puesto de pinchos.


De espalda al devenir del coral

el Minotauro en su laberinto es el cuerpo del cuerpo,

carapacho que la isla mudara

como un cangrejo,

como una serpiente,

es el cuerpo que deja atrás su cuerpo entre fricciones,

el monstruo desconoce la franja del tiempo,

con cada platillo el Minotauro le abre una boca al tiempo

donde no se distingue su extranjería

o eso que lo separaría de los bañistas.


Laberinto que es cuerpo—carajo,

laberinto de piedra y agua—coño,

argamasa tropical—puñeta,

donde la ansiedad se ha convertido en querencia

en sonrisa, caricia, fijeza, sopor,

como leche cuajada en la noche derramada

el Minotauro voltea las prendas:

este, señora, ya pronto está.


Ya sabe comunicarse con ellos,

ahogado en nueva respiración

insepulta boca herbívora

pringosa boca carnívora,

a la deriva naufraga, cuece—parlotea—

hace sus días cuajo insepulto,

el Minotauro en la mar chiquita.


La minúscula, la doble, la triple

la enjambrada playa,

ensortijada a la arena: la mar chiquita,

ex-playa sobre si una versión del mar,

grieta donde la carne de las aguas aparece,

horadarla hizo comprensible la pequeñez sin límite a los isleños.


Mar chiquita

ostra con oleaje,

marejada del diptongo,

labia, arena y espuma

concha dorada, doradísima,

divertículo de cal y arena,

membrana del archipiélago

donde alejan del llamado de Olokun—lengua de plata—

al Hermafrodita que vive en la isla.


He aquí lo que dijera Poseidón:

se romperá el silencio del cielo de los tiempos

los idos y los de ahora,

se destruirán los espejos,

mudar de inmediato al Minotauro a la playa de Manatí,

negación de su estirpe

hoguera de ay benditos

—que redunde en Tierra de Redundancias—

—que se ponga en la fila inmisericorde de los días—

envíese allí la Criatura a su existir,

que sea feliz como se lo es en el trópico,

que su espacio sea lo cáustico,

que lo cáustico sazone,

de todos modos, ya nos habrán olvidado.


Dédalo sin mojarse siquiera un pie

allí no ha puesto, ni pone, ni pondrá,

no quiere cuentas con el horizonte —revolotea— cual maestro de obra,

taladra que taladra —pases de lengua y ponzoña—

agüita que le entra a la chiquita,

Dédalo le encarga a un juey que atraviese con un hilo el sexo del Tritón

que duerme en la entrada de la bahía de San Juan.

Cosido que lo mantiene en su invernadero de sombra.

Dédalo levanta una pared de piedra caliza.


Chiquita:

la miniatura condensa la deriva de las aguas,

cristal o fisura: la chiquita,

la mirada de la muerte en el todo de la vida hecha abertura,

la sencillez de un mar muerto que no extraña palmeras

ni esconde sus peces,

la belleza de un mar hirviente que engorda al manatí.


Entre las aguas secas del litoral que es piedra

que es duna y lava muerta,

el Minotauro mancha que serpea,

por los miembros es,

—remeda la del plátano, inclemente, pero sin fiesta de trajes típicos—

la isla: parpadeo ciego del huracán,

la chiquita: comisura de las mareas,

el Minotauro: maldición cogida al instante del oleaje,

la mar-dicción: estar ahí cosidos

atravesados por el pincho del monstruo,

fragrantes y felices, hermosos en el día de playa,

la dicción de las aguas atravesando su instante digestivo.


Mientras Ariadna duerme en la hamaca de sus trenzas o

cuando Teseo saluda al primer bañista,

el Minotauro se asoma a la playa de mar chiquita.


(24 de diciembre de 2005, 10 de marzo de 2014, 18 de abril y 2 de octubre de 2020, Silver Spring)

 

Juan Carlos Quintero Herencia. Santurce, Puerto Rico. Poeta, ensayista, crítico y profesor. Como poeta, sus textos de juventud fueron publicados por el Instituto de Cultura Puertorriqueña bajo el título El hilo para el marisco/Cuaderno de los envíos (2002) y obtienen ese mismo año el premio de poesía del Pen Club de Puerto Rico. Es autor de los poemarios La caja negra (Editorial Isla Negra, 1996), Libro del sigiloso (Terranova Editores, 2012, [El texto mecanografiado de este libro recibe el Premio Creative and Performing Arts (CAPA) de la Universidad de Maryland en 2006] ) El cuerpo del milagro (Bokeh Editores, 2016) y Minotauro en mar chiquita (inédito).






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