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POEMAS de Mariana Amato



Del libro inédito Papelitos

 

ASTILLAS

 

Las personas desplazadas

sabemos que la tierra natal 

es arena movediza,

un sueño que vuelve

apenas en destellos

a los que nos aferramos

sin ver que al tirar de sus hilos

destejemos lo poco que queda

de su dibujo siempre cambiante,

irregular.

En Recuerdos de un viaje a Lituania,

Jonas Mekas deja que la luz

de esos destellos hable

su lengua descompuesta.

Los rostros familiares se reencuentran

con su juego cromático

de semejanzas y diferencias

en torno a una mujer

ajada y persistente como una piedra.

Por la mañana, la familia entera desayuna

frente a una mesa redonda de madera

tan maciza que parece

atraer el mundo hacia su centro.

Las astillas dispersas del destierro

olvidan por un momento su fractura

en ese desayuno circular.

Los comensales hablan, ríen.

No sé qué comen

salvo que en cada plato

hay un huevo blanco.

 

ENTRE ELIPSE Y ELIPSIS

 

La fórmula geométrica del huevo

comienza y termina

con un signo de pregunta.

El huevo habita en la intersección

entre elipse y elipsis.

Elipse:

grafía de la sugerencia.

Elipsis:

el huevo es la ostensible

omisión del origen.

“Haya luz”:

la única interrupción posible

del círculo vicioso

entre huevo y gallina,

entre causa y consecuencia,

es la creación.

De la nada:

la luz

fue la primera creación terrestre.

El huevo es la detención

imposible del tiempo

en un silencio de calcio.

La fórmula geométrica del huevo

comienza y termina

con un signo de pregunta.

 

EN EL PATIO

 

Aquí están

un niño y tres niñas

alrededor de su madre

con sus ropas de salir

primaverales

mirando hacia este lado de la cámara

su punto ciego

donde esperamos

el abuelo Pedro, mamá, la tía,

mi hermano, yo, los primos;

donde espera el poema

hecho de nuditos que el futuro florece.

Aquí están bajo el sol

en el patio de la casa chorizo

donde la abuela lituana

le pasaba huevos sobre los ojos a mi abuela

rodeados de plantas

y de sombras de plantas

cayendo sobre las superficies

como animales cansados

o babosas oblicuas lamiendo las paredes.

El tiempo sella su pasaje

en esos dibujos oscuros

que se ciernen sobre la familia retratada:

diagonales esquivas que se deshacen

unas en otras,

espadas que afilan sus lenguas turbias

sobre la cabeza benévola de mi bisabuela,

ramitas erizadas

borrachas de sábado y primavera,

la sombra del toldo una piscina de negrura

horadando la tarde.

Y sobre todas las cosas

la luz del sol ofrenda su tibio vaivén

y su caricia incendia a esta profana familia

inmortalizada sonriéndole al futuro

día a día, año a año

hasta que un día los ojos de la abuela

sólo ven sombras.

 

UN CUADRO DE MATISSE

 

En la pared de ese cuarto en tránsito,

junto a la cama de los abrigos,

había un cuadro de Matisse.

Ni claro ni oscuro,

el fondo azul fundía día y noche,

cielo y mar, desgarro y éxtasis.

Una amalgama salpicada de estrellas

que también eran pájaros o islas

pero por sobre todas las cosas

eran agujeros clavados

en el corazón de una caída.

De esa red de vacíos

pendía una silueta negra:

una sombra bailando contra el viento,

acariciando casi enamorada

el aire del descenso hasta el final.

En su pecho un círculo rojo,

alfiler florecido al calor del sol.

A mí me daba miedo ese cuadro.

 

LA MEMORIA DE LA CARNE

 

Mi abuelo se apagó muy lentamente

y hasta el último minuto, cuando ya no era más

que una amalgama de huesos y tejidos,

algo en él se negaba a morir.

Había perdido casi todo lo humano.

Ya no sabía hablar, y quién sabe

qué entendía de lo que decíamos,

si nos escuchaba.

Apenas caminaba,

con pasos imposiblemente cortos,

como un Aquiles emperrado en ahondar,

hueco a hueco,

la distancia infinitesimal entre él

y la tortuga, entre él y la meta.

Miraba siempre un horizonte

guardado como un pliegue dentro de sus ojos.

Comía sin parar,

la boca entreabierta y concentrada en su tarea,

una ventana

al precario presente de los sentidos.

No sé qué mecanismo, desnudo y riguroso,

se obstinaba en vivir.

La memoria de la carne

pulsaba, anterior a las palabras.

En esta foto de su juventud también se ve:

una alegría obscena, descarada,

brillándole en los dientes y apretando,

desde dentro, la camisa.

 

 Mariana Amato nació en Buenos Aires y reside en New York, donde trabaja como docente. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Doctora en Literatura Latinoamericana por New York University. Publicó trabajos académicos sobre las literaturas de Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Clarice Lispector y Mario Bellatin, entre otros. Reseñas, traducciones y ensayos suyos aparecieron en medios como Las Ranas, Espacio Murena, Bazar Americano, y Página 12. Es autora de El desorden de la luz, una colección de cuentos publicada en 2021 por Paradiso.

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