
Del libro inédito Papelitos
ASTILLAS
Las personas desplazadas
sabemos que la tierra natal
es arena movediza,
un sueño que vuelve
apenas en destellos
a los que nos aferramos
sin ver que al tirar de sus hilos
destejemos lo poco que queda
de su dibujo siempre cambiante,
irregular.
En Recuerdos de un viaje a Lituania,
Jonas Mekas deja que la luz
de esos destellos hable
su lengua descompuesta.
Los rostros familiares se reencuentran
con su juego cromático
de semejanzas y diferencias
en torno a una mujer
ajada y persistente como una piedra.
Por la mañana, la familia entera desayuna
frente a una mesa redonda de madera
tan maciza que parece
atraer el mundo hacia su centro.
Las astillas dispersas del destierro
olvidan por un momento su fractura
en ese desayuno circular.
Los comensales hablan, ríen.
No sé qué comen
salvo que en cada plato
hay un huevo blanco.
ENTRE ELIPSE Y ELIPSIS
La fórmula geométrica del huevo
comienza y termina
con un signo de pregunta.
El huevo habita en la intersección
entre elipse y elipsis.
Elipse:
grafía de la sugerencia.
Elipsis:
el huevo es la ostensible
omisión del origen.
“Haya luz”:
la única interrupción posible
del círculo vicioso
entre huevo y gallina,
entre causa y consecuencia,
es la creación.
De la nada:
la luz
fue la primera creación terrestre.
El huevo es la detención
imposible del tiempo
en un silencio de calcio.
La fórmula geométrica del huevo
comienza y termina
con un signo de pregunta.
EN EL PATIO
Aquí están
un niño y tres niñas
alrededor de su madre
con sus ropas de salir
primaverales
mirando hacia este lado de la cámara
su punto ciego
donde esperamos
el abuelo Pedro, mamá, la tía,
mi hermano, yo, los primos;
donde espera el poema
hecho de nuditos que el futuro florece.
Aquí están bajo el sol
en el patio de la casa chorizo
donde la abuela lituana
le pasaba huevos sobre los ojos a mi abuela
rodeados de plantas
y de sombras de plantas
cayendo sobre las superficies
como animales cansados
o babosas oblicuas lamiendo las paredes.
El tiempo sella su pasaje
en esos dibujos oscuros
que se ciernen sobre la familia retratada:
diagonales esquivas que se deshacen
unas en otras,
espadas que afilan sus lenguas turbias
sobre la cabeza benévola de mi bisabuela,
ramitas erizadas
borrachas de sábado y primavera,
la sombra del toldo una piscina de negrura
horadando la tarde.
Y sobre todas las cosas
la luz del sol ofrenda su tibio vaivén
y su caricia incendia a esta profana familia
inmortalizada sonriéndole al futuro
día a día, año a año
hasta que un día los ojos de la abuela
sólo ven sombras.
UN CUADRO DE MATISSE
En la pared de ese cuarto en tránsito,
junto a la cama de los abrigos,
había un cuadro de Matisse.
Ni claro ni oscuro,
el fondo azul fundía día y noche,
cielo y mar, desgarro y éxtasis.
Una amalgama salpicada de estrellas
que también eran pájaros o islas
pero por sobre todas las cosas
eran agujeros clavados
en el corazón de una caída.
De esa red de vacíos
pendía una silueta negra:
una sombra bailando contra el viento,
acariciando casi enamorada
el aire del descenso hasta el final.
En su pecho un círculo rojo,
alfiler florecido al calor del sol.
A mí me daba miedo ese cuadro.
LA MEMORIA DE LA CARNE
Mi abuelo se apagó muy lentamente
y hasta el último minuto, cuando ya no era más
que una amalgama de huesos y tejidos,
algo en él se negaba a morir.
Había perdido casi todo lo humano.
Ya no sabía hablar, y quién sabe
qué entendía de lo que decíamos,
si nos escuchaba.
Apenas caminaba,
con pasos imposiblemente cortos,
como un Aquiles emperrado en ahondar,
hueco a hueco,
la distancia infinitesimal entre él
y la tortuga, entre él y la meta.
Miraba siempre un horizonte
guardado como un pliegue dentro de sus ojos.
Comía sin parar,
la boca entreabierta y concentrada en su tarea,
una ventana
al precario presente de los sentidos.
No sé qué mecanismo, desnudo y riguroso,
se obstinaba en vivir.
La memoria de la carne
pulsaba, anterior a las palabras.
En esta foto de su juventud también se ve:
una alegría obscena, descarada,
brillándole en los dientes y apretando,
desde dentro, la camisa.
Mariana Amato nació en Buenos Aires y reside en New York, donde trabaja como docente. Es Licenciada en Letras por la Universidad de Buenos Aires y Doctora en Literatura Latinoamericana por New York University. Publicó trabajos académicos sobre las literaturas de Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga, Clarice Lispector y Mario Bellatin, entre otros. Reseñas, traducciones y ensayos suyos aparecieron en medios como Las Ranas, Espacio Murena, Bazar Americano, y Página 12. Es autora de El desorden de la luz, una colección de cuentos publicada en 2021 por Paradiso.
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