1.
De adolescente pensaba que a los veinticinco me moría.
He dormido al costado de la muerte varias veces
y el zumo de la vida me ha lastimado los ojos
otras tantas. Pero no era el momento
de morir entonces. Y seguí viviendo…
doliendo.
Porque vivir es herirse a diario.
¿Bajo qué sábana escondí mis derrotas?
Necesito hallarlas. Con rabia, con amor
con hambre, con temblor de frío,
de ausencia, de odio.
¿No hay cura para mí?¿No hay remedio?
Miro mi identificación.
Cada formulario que completo
es un recordatorio. No tengo veinticinco.
Caducó la sentencia, pero me sobran
el cansancio y la duda.
¿Cómo amanezco aun con la esperanza?
Estoy vieja. Estoy viva.
Busco el silencio, pero no quiero olvidar.
Ofrendo mi reserva.
A los veinticinco mi funeral hubiese sido
multitudinario. A pesar de mí.
Pero hace décadas que
mis veinticinco terminaron.
¿Estoy viva? Estoy vieja.
2.
Por los balaustres se cuela la luz.
Luz artificial. Luz impuesta que
nos hace mover los cordeles
de la sobrevivencia.
Entonces, la oscuridad.
La seductora opacidad
que entre focos y túneles
abriga y anestesia.
Brindo por ella.
Es la despedida.
Me rindo.
En mis rutinas y deberes espero
a que la muerte alcance lo vivo que me habita.
Que se extinga la luz que lastima mis circuitos
y que duerman, por fin, las hormigas
que corren sobre mis brazos y que impiden
todo sueño.
Tanto nos han dicho de las bondades de la luz
que no podemos aceptar que ella también mata.
Vivo por inercia. Vivo como autómata.
Para descansar, rechazo la luz.
Brindo por ella.
En venganza.
Me he rendido.
3.
Admito haber buscado el perdón
de mis antecesores.
-Mi padre, mi madre, mis tías,
algunos amores. Dios.-
¿Dios?
La parte más áspera de este conflicto
es la sed. Sed de regreso, sed
de conocimiento, sed o
venganza.
Niña yo.
Sedienta sin remedio.
Un músculo de yegua en el pecho latiendo.
Una historia que contar. Sedienta.
Buscando acomodar formas ajenas
en mi relicario.
A veces feliz.
Casi feliz. Débil siempre.
¿Tontamente feliz?
Por lo tanto, confieso que la sed no me abandona.
Busco el perdón de quienes se posaron
con amor sobre mi vida.
¿Busco el perdón de Dios?
Hoy descubrí
que Dios es como el eco
de una hormiga.
Amarilis Tavárez Vales (1974) Camuy, Puerto Rico. Ha publicado los poemarios
Realid(h)ades (2006), Hastío (2013) y Larga Jornada en el Trópico (2015). Su trabajo ha sido incluido en antologías y revistas dentro y fuera de la isla. Ha sido invitada a lecturas y festivales en Colombia, Panamá, Ecuador, Cuba y Rep. Dominicana. Fue finalista del Premio de Poesía del Instituto de Cultura Puertorriqueño en 2013 por su poemario Larga Jornada en el Trópico. Los poemas aquí presentados pertenecen al manuscrito El silencio de las hormigas, en preparación.
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