fotografía de Javier Romero
Que se jodan los pájaros
(escrito y traducido del inglés)
1.
Al principio, cógelo suave. Cuando te encuentres entre gente que quiere imponerte su ayuda, como si tus deseos fuesen algo incidental, no te alces, pero tampoco te quedes ahí sentada, escuchando cuentos de otras madres que, como tú, perdieron hijos sin estar preparadas para hacerlo y que, ¿sabes? parecen seguir adelante, tomando las cosas con resignación. En vez, muéstrales aquella foto que tomaste de la plasta de mierda en la acera, aquella que parecía un guineo, casi una copia exacta, desde la curva en forma de bumerán hasta los puntos marrones como pecas, incluso el tallo. Pregúntales si pueden ver el parecido. Pregúntales si eso no les enfurece.
2.
Si te preguntan por qué debería esa tontería hacerles enojar, explícales que algo anda muy mal con un mundo en el que un animal que no tenía la menor intención de crear arte tan preciso puede, sin embargo, espontáneamente dar a luz algo más profundo y perfecto de lo que la mayoría de la gente, con todo su afán y ansiedad, logra crear en toda una vida.
3.
Si te cambian el tema para preguntar cómo estás lidiando con “la pérdida del niño”, di “que se jodan los pájaros". Así mismo, bruscamente, de la nada, di "que se jodan los pájaros". Que les corten la cabeza, a todos, sí, sin importar especie, aunque podrías ser más específica si lo desean, dices. Explica que, por alguna razón, esa frase lo encapsula, lo resume, todo: la vida, que te libera, y que te da un placer tremendo joder a los pájaros, imaginarlos muertos, esparcidos, brutalizados, destrozados, nadando en sangre o pateados como almohadas. Que es tanto el placer que, a veces, pasas de joder a los pájaros a joder a las lagartijas, a las avispas e incluso a la tierra que fue tu Dios hasta que, desaforada y más perdida que una caja de agua embotellada tras María, se perdió en su búsqueda de carne y, desviada, encontró a tu hijo. Aclara que, por lo regular, con solamente joder a los pájaros, te basta y te sobra.
4.
Empezarán a inquietarse, reculando, queriendo irse de tu casa. Déjalos. Que se vayan. ¿O qué pensabas? ¿Que se quedarían? ¿Que serían espectadores cautivos de tu locura? Algún día tendrán que inventar sus propias razas de pájaros. Tendrán que arrastrar su propia basura por sobre su propia mugre. Pero, por ahora, déjalos ir. Tu no eres un monstruo y ellos son solo seres humanos, acumuladores del ser, de querer y tener, frágiles, ajenos a la seria complicación que implica amar materia perecedera que no tiene una fecha de vencimiento confiable en ninguna parte de su cuerpo.
5.
Ahora lo que necesitas es decir "que se jodan los pájaros" unas cuantas veces más. Dilo en voz alta, fuera de contexto, grítalo, deja que tu voz sea un derrame de petróleo y pinte un cuadro de un armagedón mortal para pájaros hasta que todos los que “solamente querían ayudar” se vayan, dispersos como hojas tostadas por tanto sol, ya no más tus amigos, hablando entre ellos y diciendo que, independientemente de lo que te ha pasado, realmente no tienes derecho a esto. ¿Ya se fueron? Bestial. Míralos marcharse y convéncete de que, ahora sí, ya no volverán.
6.
A menos que—y esto es importante—descubras a una de ellos en tu cocina, lavando lentamente los platos, una expresión ausente en su rostro, su misión, que era, por supuesto, salvarte, olvidada. Si esto sucede, agarra un trapo mientras ella lava y tú secas. Dile que no quisiste decir lo que dijiste sobre odiar a Dios y quererte morir, o esa otra cosa sobre una bomba que convierta al globo terráqueo en una vieja bola de baloncesto salpicada con esmalte de uñas del color del camión de bomberos de tu hijo. Asegúrale que, por supuesto que fue una broma, una tontería, que jamás querrías ver pájaros jodidos.
7.
Sé que lo harás, no para que sea tu amiga, sino porque he ahí alguien que necesita a los pájaros como tú necesitabas a tu hijo. Como todavía necesitas a tu hijo. Y si te empeñas en joder a los pájaros, y creas en ella siquiera la leve imagen de cómo se siente eso de perder para siempre, entonces no serás mejor que Dios: allá en tu percha, pasando juicio sobre la relativa bondad de los días de la semana, mientras que aquí abajo, alguien ama… algo tanto, pero tú se lo quitaste y seguiste andando—feliz—de dejarla sin nada.
Incumplimiento menor de la maternidad
El incumplimiento menor de un contrato, a veces llamado infracción parcial, ocurre cuando una de las partes no cumple con algo de lo prometido, sin importar el daño, siempre y cuando la esencia del producto o servicio acordado haya sido entregada al final.
No fue la intención de mi madre regalarme
sus pesadillas. Para compensar, ella me dio
agua en sorbos de su boca y avena por cucharadas,
libros, ropa y hasta me permitió vivir en su casa
como parte del contrato que hice con su vientre.
A cambio, ella solo me pide que sea agradecida, coño,
que le implore la bendición, yendo y viniendo:
Bendición, mami, por favor.
Dios me la acompañe.
Cuando la demandante en una disputa de contrato culpa a un tercero por la infracción, la demandada y el tercero, a menudo se unen en defensa del otro. Cuando esto ocurre, la causa más probable de la alianza es que ambos son culpables.
Aquí yo soy la demandante, pero es mi madre la que me culpa
por él: mi padre, el tercero. Es ella quien reescribe
nuestro acuerdo, quién decide qué protección puedo esperar
por haber vivido dentro de ella durante un tiempo.
Demandas contra terceros, conocidas como de interferencia ilícita, exigen que la demandante pruebe que la demandada sabía que el tercero interfería intencional e injustificadamente con la demandante. Pero la verdad, es que aunque la conducta de demandada y tercero haya sido particularmente atroz, y daños punitivos sean posibles, que se paguen algún día es poco probable.
Mi madre me manda a callar, dice que no sabe nada
de contratos y esas pendejaces. Que por qué no me dejo ya
de tanta tontería incordia, ella quiere saber
cómo carajo se suponía que ella, otra indefensa,
me defendiera una, dos, o todas
aquellas veces.
Yo tampoco sé, pero sospecho que la respuesta
es: de ninguna forma, pues incluso ahora,
ella dice sin mirarme, ¡Shhh! Que vergüenza.
Y él un viejo ya.
¿Por qué tú no dejas eso?
Y permites que tu padre pueda morirse en paz.
Anjanette Delgado (Santurce, 1967). Ganadora de un premio Emmy por su periodismo de interés humano, es autora de las novelas: "La píldora del mal amor" (Atria, 2008) y "La clarividente de la Calle Ocho" (Penguin Random House, 2014). Su poesía, ficción y ensayos han sido publicados en el New York Times, NPR, Kenyon Review, Prairie Schooner, Hostos Review (CUNY) y Tupelo Quarterly, entre otros. Editó la antología "Home in Florida: Latinx Writers and the Literature of Uprootedness" (University of Florida Press, 2021), la cual ganó medalla de oro en los Latino International Book Awards 2022. Anjanette se graduó en comunicaciones de la Universidad de Puerto Rico, Recinto de Río Piedras y posee una maestría en escritura creativa de la Universidad Internacional de la Florida. www.anjanettedelgado.com
Honrada y agradecida de que hayan publicado estos poemas de pérdida y traiciones. ¡Gracias!
🙏🏽🌷✊🏽🇵🇷